17 mayo 2015

un día para caminar

Era un día de aquellos en que la temperatura es simplemente agradable, que puedes usar la prenda que te venga en gana, para verte simplemente para dominguear aunque no sea domingo. Era un día sin planes pero con un brillo precioso del sol sobre las plantas y las sonrisas de las personas. Así que decidí salir a caminar, me puse un vestido ligero y cómodo, de esos tan informales que los puedes usar con tacones o con tenis sin causar un escándalo en la moda. En la primera cuadra cómo andaba con tan buen humor, acepté la conversación del primer desconocido que se me acercó. Hablaba y hablaba, y era un yo absoluto, me contaba lo cortes y buen amante que era, ya había pasado una florista y me había regalado todo un ramo de rosas, que después les buscó un rincón fresco con agua y las dejó por ahí. Cuando en un intervalo de su respiración comenté que me molestaba una piedrita en el zapato se apresuró a cargarme hasta que se cansó y yo también con cualquier escusa cambié mi rumbo y lo dejé atrás. Él trató de seguirme, pero no me pudo alcanzar. El día era precioso y seguí caminando, tuve algunas miradas furtivas y sonrisas coquetas en las que no reparé en detenerme. Decidí ser más cautelosa. Sobre a quién le sonreía. Y me encontró un hombre, que vaya tenía una sensibilidad extrema. Notó que cojeaba un poco de un pie, sin que yo tuviera que decirle nada; así que me ofreció su brazo para que yo me apoyara en él, de momento con la confianza del camino comenzó a contarme sus problemas, y sin darme cuenta estaba encima de mí, sin pisar el piso y si se incomodaba o alguna hoja le caía sobre le espalda me culpaba porque yo no lo protegí lo suficiente. Cuando me di cuenta lo bajé, le pedí perdón y me fui. Ya un poco adolorida de esa piedrita molesta, que no me atrevía a sacar, porque no quería sacarme los zapatos en medio de la calle. Decidí caminar solo un poco más allá para después regresarme dándole la vuelta a la colonia Uno más trató de hacerme plática, yo lo ignoré y caminé con la vista al frente, el siguió insistiendo, incluso me había conseguido un palo para apoyar el pie que cojeaba. Yo lo había aceptado sin mirarlo con la esperanza que se fuera. Pero él no se fue. Me vio cansada y me ofreció un vaso de agua para refrescarme. Yo no pude resistirme más ante sus cortesías, y decidí sonreírle. Lo que no había notado en mi insistencia por mirar al horizonte e ignorarlo es que él me había alejado de todo, yo me sentía a gusto, en su conversación y en su trato que me olvidé respirar el aire fresco y de escuchar el canto de los pájaros. Todo se había convertido en una caminata solitaria con él que al principio me pareció muy romántico y después me sentí perdida y esa piedrita en el zapato que ya había ignorado, comenzaba a molestarme nuevamente y con más intensidad. Lo despaché igual como a todos, algunos con más o menos sutileza. Decidí ya dar la vuelta y reencontrar el camino perdido, del que me había desorientado y pensé van de mal en peor, cada vez parecen ser mejores pero terminan siendo peor que el anterior. Finalmente a una cuadra de llegar a mi casa, sin distracciones más allá que miradas coquetas y sonrisas sin mostrar los dientes, uno que otro regalo que despreciaba o aceptaba con disgusto. Alguien se logró acercar, una persona agradable, en verdad, inteligente pero sin presunción, se notaba vestía sin pretensiones pero con ropa fina. Me ofreció de mil maneras opciones para deshacerme de la cojera, incluso me hizo un espacio para cubrirme y yo pudiera sacarme el zapato, donde mi pobre calcetín se había rasgado y la piedra ya me había abierto la piel. Cuando él pensó resuelto el problema, no me ofreció más su ayuda, me hacía reír y me divertía mucho. Incluso me mostró el lugar donde vivía y me dejó pisar el jardín de su entrada. Después encantada con tan amable hombre, accedí a que me acompañara a mi casa, en el camino saludaba a todos, y estaba más preocupado por saludar que cuando le pedí que me cargara porque el pie ya hinchado y el polvo del camino se había metido en la herida que se me estaba infectando. Nunca pudo hacerlo. Los niños lo querían mucho, era como un santa Claus que sentaba a todos en sus piernas. Al final caminé sola el último tramo antes de llegar. Cuando llegué me alcanzó con una sonrisa y me ofreció cargarme. Le sonreí y le cerré la puerta en la cara. Me puse alcohol y un curita. Abracé a mi perro que llegaba contento a darme besos y abrazos. Levanté el pie me acosté sobre la cama. Y decidí que a la próxima conduciría hacia un lugar lejano y aislado que no me dejara distraerme de contemplar el hermoso día que resplandecía.

2 comentarios:

Unknown dijo...

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Juvenal Sartorius dijo...

todos los hombres de tu texto son monstruos entrenados en el cinismo, prestos a acorralar a su presa, entonces...

saludos!

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