15 enero 2007

el caldero de la bruja

Conocí a una mujer cuando nací, una mujer color de rosa que se comía la vida en un pastel de tres leches; empalagoso, pero no para ella que lo mordisqueaba en grandes trozos cada que podía, así vivía; disfrutando del sonido del canto de los pajaros, admirarlos sin tocarlos, los dibujaba en las paredes de su casa; le gustaba sentir el suelo verdoso que le hacía cosquillas en la planta de sus pies. Veía a los gatos con ternura y los acariciaba, veía su modo de vivir sin tratar de comprenderlos, simplemente contemplando; cerrar los ojos y sentir la brisa de los rayos del sol sobre su cuerpo, la cálidez de su abrigo como dice ella. Sentirse una flor, un humano es cómo una flor, nace y se marchita cuando no recibe amor, pero rencarna en sus pequeños retoños que florecen y contempla extaciada el crecimiento de la semilla que soltó a caminar.
Después como un girasol crecí, siguiendo al sol en mi camino y con la helada sombra que me hacía fuerte en su rudeza; me esperaba conocer a una nueva mujer, que en un vestido color de rosa comía membrillo podrído a bocanadas, con los dientes podrídos de comer tanto dulce tratando de quitar el sabor amargo de su vida.
Descubrí el vestido rosa lleno de chocolate y con oyos en el alma - morí sin saber cómo regresar a mi mundo- dice - solamente volviendo a morir podré volver a vivir. Dios le dio la grandeza de renacer, pero renació en la muerte, no sabe cómo vivir en el nuevo mundo lleno de trsitezas y meláncolías; dónde las almas en pena sufren en relieves sobre el suelo; con los pies chuecos aunque le lastime, prefiere andar, pues no quiere caminar como los demás; que sin querer pisan una cara, una mano o una pierna que sobresale entre el suelo y la suela del zapato. Camina despacio y con cuidado, entre arañas e insectos indecifrables, perros sarnosos que dejan su pestilencia en su andar. Soporta el peso de una mujer gorda que se le encima y ella respirando con su cuerpo tomá grandes bocanadas de aire para compensar respirar por dos.
Mira a la gente enojada con un parásito espiritual que en dos caras traslucidas se fusionan y se ponen de malas sin saber que es lo que pasa.
Ella lo ve, ve todo lo que los demás no comprendemos y simplemente decímos, "me levanté de malas".
Se priva de los olores sabrozos de un buen sazón o agradables aromas que las personas cargan en su perfume para no quitarles la escencia, se tapa la nariz con sus ropas carcomidas por el tiempo y la limpieza exagerada en el fregadero y te regala todo el dulzor sin quitarte nada.
A todas horas tiene que convivir con estos entes traslucidos que le fastidian la existencia, un mundo del que quisiera despertar, dónde el sexo deja de ser un placer y se convierte en la repulsión más grande que la violación de las ideas. Aún así vive, sin querer arrepentirse de nada, con la mirada minusiosa escarbando los detalles.
Dentro de lo normal sigo ahí, pues no estoy catalogada con una enfermedad; a la incomprensión humana le gusta poner etiquetas para entender las cosas y no temer por lo desconocido. he llegado a la conclusión al observar ciertos rayos de un razonamiento lúcido en un esquema original de la vida y los pasos atestados de almas en pena; que las enfermedades mentales son simples etiquetas que catalogan a personas que ven el mundo en un entorno o en una sintonía diferente; donde no todo lo que no vemos no existe y no todo lo que es diferente es malo. Hay que aprender a vivir donde estámos porque ¿cómo ella que saborea la vida en flores marchitas y olores nauseabundos, sigue viviendo y siempre le brota la sonrisa con una simple visita mía que le regalo sin el menor esfuerzo? Y nosostros lloramos por aquel que nos dejó una herida sin voltear a ver la naturaleza que es tan simple contemplar y nos visita en nuestros pasos, en nuestros oídos y en el sabor de boca agridulce que solemos tragar.
Eso es lo que más le lastima, la incomprensión que le han llamado ezquizofrenia.
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