19 noviembre 2008

Miedo

El viento pesa tanto que su silencio provoca pasos tan tangibles que en la ausencia de luz hasta se ve la silueta del portador.
El silencio suele ser tan ruidoso que en su más leve suspiro taladra los oídos hasta hacernos desaparecer bajo las cobijas.
Los espejos reflejan las ánimas de los reflectores moviles que corren a gran velocidad por la carretera.
Los crujidos de las paredes revotan tantas veces en ese eco del vació que sólo llena la adrenalina que provoca el miedo
Las voces que susurran en nuestro oído son el aleteo de las moscas molestas que tratan de advertirnos que hay que huir
Y en calzones con la cobija arrastrando bajo el brazo llegas con mucho esfuerzo, perseguido por la sombra aplastante a tu espalda; a aquella inmensa puerta que parece imovible y lo es cuando tratas de girar la manija y no responde.
Que miserable te sientes, tan solo y desprotegido, pues los gemidos de tus padres dentro te dan la idea de que ya han sido atacados por el mounstruo, a lo mejor se entretiene un rato con ellos.
regresas con toda naturalidad a tu recamara esperando soñar antes de que toque tu turno.
Descansas y sueñas incluso con tu cumpleaños llenos de regalos, aquel que viste en la tele y lleno tus ojos de brillo
Y si, así somos controlados como esquizofrénicos que no sabemos si somos uno con la cabeza o somos dos cuando manda ella.

12 noviembre 2008

Un antojo interminable

Se me antojaron dos bolas de helado, una de vainilla con chispas de chocolate y el otro de limón; me retorcí por el dolor que me dió atrás de la mandibula y casi se me cae la saliva al pedir el helado. Me atraganté y con cuidado pasé la inmensidad de antojo acuoso que se paseaba por mi boca. Entonces pedí, cuando escuché el precio decepcionante miré mis monedas en el bolsillo, no eran suficientes ni para una bola siquiera. Bajé la mirada y procedí a terminar de ser un estorbo para la fila de bolsillos monetarios.
Cabisbaja seguía con la boca reseca, tratando de imaginar su sabor en mi saliva y tragarla con la misma frescura que una lenta lenguetada.
Cerré los ojos y me pareció tener muy cerca de mi nariz su olor, muy cerca, muy cerca, me estiré y me estiré para persibirlo hasta que sentí por fin la humeda y vizcosa plasta en mi nariz.
Abrí los ojos y ahí estaba él. mi helado de limón enfrente y sobre mi nariz. alcé mi rostro y noté que su mensajero era un bello ser humano sabor vainilla con un lunar cerca de su ojo que asemejaba las chispitas de chocolate, después le encontré más chispas esparcidas por su cuerpo, lamí y lamí tratando de acabar mis deseos que se derretían con mi saciedad gradual.
Era un helado interminable, de sabores lujosos, envueltos en el mismo cono.
Abracé mi deseo y me desfogué en su sabor, hasta dejarme helar por el manto estrellado que me envolvía.
Me levanté y volví a caminar, volví a sacar mis monedas y las deposité en la primera mano que me ofrecía cargarlas.
Suspiré hondo, lo más profundo que pude y me encontré plena, busqué por los rincones de mi cuerpo para llenar algún vacío insasiable, algún espacio no usado, pero no lo encontré.
Volví a cerrar los ojos y cuando los abrí seguía ahí.
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